Por Enrique Quintana
Por más de una semana, el presidente López Obrador ha tundido de críticas a las clases medias en México.
Las ha denominado egoístas, ‘aspiracionistas’, deseosas de convertirse en fifís, amantes de los lujos baratos, apegadas a lo material y sin aprecio por lo espiritual, y ahora ya se agregó que respaldaron a Hitler y Pinochet.
¿Por qué razón disgustan tanto al presidente de la República estos sectores?
Por la misma razón que el presidente les disgusta a ellos: tienen otra visión del mundo, del país y de la vida.
Eso se expresó en los resultados del pasado 6 de junio. En los lugares donde predominan claramente las clases medias, el voto a favor de Morena y sus aliados fue mucho más bajo que en el promedio nacional.
Sólo le pongo tres ejemplos de lo que ocurrió el 6 de junio en algunos puntos de las zonas metropolitanas más importantes del país.
En Zapopan, en la Zona Metropolitana de Guadalajara, en las elecciones locales, los candidatos de Morena y sus aliados recibieron apenas el 19.5 por ciento de los votos.
En San Pedro Garza García, en la Zona Metropolitana de Monterrey, fue solamente el 2.8 por ciento.
En la alcaldía Benito Juárez, en la Ciudad de México, los candidatos cercanos a la 4T obtuvieron sólo el 21.2 por ciento.
Es decir, en los lugares en los que predominan las clases medias urbanas, se rechazó de manera inequívoca a Morena y sus aliados.
El presidente López Obrador tiene una visión del Estado mexicano que corresponde a lo que predominaba a mediados del siglo pasado.
Se trata de un Estado que otorga recursos a los más pobres, y a través de los sistemas de entrega de fondos establece una maquinaria que lo respalda y le permite ganar elecciones.
Octavio Paz llamaba el “ogro filantrópico” al Estado que tenía el poder para entregar apoyos a quien considerara conveniente.
Las clases medias mexicanas, desde mediados del siglo pasado, buscaron escapar a esa lógica y se convirtieron en profesionistas, comerciantes, agricultores y ganaderos, empresarios, asalariados, todos ellos fuera de los sistemas de beneficio social que había desarrollado el Estado mexicano.
Tuvieron una visión del mundo en la que se premia el esfuerzo y el logro individual, y no se está a la espera de la dádiva del gobierno.
Para el Estado mexicano, el problema es que esos estratos ya no están sujetos a los mecanismos de control que tenían los grupos tradicionales y que formaban los típicos sectores del viejo PRI: el obrero, campesino y popular.
Lo paradójico es que fueron las clases medias las que dieron el triunfo por amplio margen a AMLO en el 2018.
Aunque Morena se haya planteado conquistarlas de nueva cuenta antes de las elecciones del 2024, el divorcio ya se ha producido. No se trata de un mero disgusto que se pueda resolver con un regalito. Como en todos los divorcios, la reconciliación se ve distante.
Veremos que implicaciones tiene esto para el 2024.
Opina sobre este artículo...