Con su decisión de adelantar la sucesión, López Obrador se asume como “voluntad nacional única e indefinida”, capaz de convertirse en el “fiel de la balanza”
Por Óscar Mario Beteta
El liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, maximizado y exacerbado desde que ganó la elección, está frente a su más dura prueba. El propio presidente tomó esa decisión al publicitar su lista de posibles candidatos a sucederlo. En tres años, se sabrá su resistencia. No es lo mismo decidir al principio de un sexenio, que hacerlo cuando va a la mitad o se encamina a su final.
Al erigirse anticipadamente como el factótum de ese proceso, exhibiendo sus preferencias por un grupo de colaboradores, pero colocando en primer lugar a la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, lo que algunos consideran como su “destape”, AMLO mandó el mensaje de que él, y únicamente él, será quien decida, vía el clásico “dedazo”, el nombre de la persona a la que quiere pasarle la estafeta.
Con eso, la cultura, la historia y la costumbre político-electivas priístas de fin de sexenio de tantos años, se impondrán de nuevo en la sucesión de 2024. El Gran Elector, que prevaleció por décadas y que imponía a su relevo, reencarnará en la 4T, donde se pregona que todo ha cambiado.
Pero esa demostración de fuerza y/o de exceso de confianza, hecha a la mitad del periodo presidencial, conlleva riesgos que AMLO no consideró, o que desestimó por el respaldo y la popularidad que tiene. Sólo que, en más de dos años, muchas cosas pueden pasar.
Hacer tan evidentes sus inclinaciones, harán del “beneficiario” inmediato un blanco de ataques permanentes para minarlo y marginarlo. La lucha por el poder político en México no tiene límites ni limitantes de ninguna especie; es descarnada, cruel e infame.
Dejar expuesto en un llano al favorito, es arriesgarlo a que lo devoren los lobos. En el futbol americano, todos van detrás del que conduce la bola para quitársela; en el beisbol, un manager siempre cuida que no le roben la señal. En ambos casos pueden definirse la victoria o la derrota.
En el juego sexenal, los que están ahora, entrarán en competencia abierta entre sí; y los que no están, procurarán incorporarse al selecto grupo apelando a cualquier medio. Las funciones que desempeñan, pasarán a segundo término, pues lo único que les importará, a unos, es no perder su posición; a otros, obtenerla.
Con su decisión de adelantar la sucesión, López Obrador se asume como “voluntad nacional única e indefinida”, capaz de convertirse en el “fiel de la balanza” y que le bastará con ordenar en su momento al dirigente de su partido: “el (mi) candidato(a) es …” y que será obedecido sin ninguna objeción, en línea con la relación que mantiene entre él y Morena, y los demás poderes.
Empero, ¿se aceptará en Morena esa instrucción sin reparos? ¿Acatarán los incluidos en su lista de “posibles”, jugar el papel de comparsas para que se haga la voluntad de su jefe sin ningún contratiempo? En su arbitrio de meter y sacar a quienes ha querido, podrían no estar todos los que son, ni ser todos los que pueden estar.
Inclusive, asumiendo que su liderazgo alcanzara para imponer sucesor, ¿apoyaría la militancia ciegamente su elección? ¿La respaldarían en las urnas las clases medias, que ya le dieron una prueba de que piensan, opinan diferente y son capaces de decidir contra el status que él quiere mantener?
En todo caso, la ambición y la especulación; la confusión y la incertidumbre, aún con nombres oficiales, son ahora el nombre del juego de la sucesión.
Sotto Voce…
La propuesta de crear una empresa pública que distribuya el Gas LP en el territorio nacional para evitar incrementos excesivos de precios, es buena. Pero, construir la infraestructura, administración, logística y distribución, se antoja prácticamente imposible… Con mucho trabajo a favor de la 4T y alejado de grillas baratas, Julio Menchaca Salazar, presidente de la Comisión de Justicia del Senado de la República, se encamina sin obstáculos hacia la candidatura de Morena por el gobierno de Hidalgo.
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