Está furioso el Presidente y no se detiene ante nada en su afán de culpar a los demás del desgobierno en que se ha convertido su proyecto.
Por Juan Ignacio Zavala
Las cosas no parecen pintar bien para el presidente López Obrador. Acostumbrado a imponer, a que su palabra o su capricho se convierta en política pública, el inquilino de Palacio parece tener una mala racha. Ya va a la mitad de su gobierno, la fortuna no le sonríe y no sólo eso: su estilo personal de ejercer el poder ha chocado con una realidad que él deplora. Porque, hay que admitirlo: quizá solo hay algo más necio que el Presidente, y ese algo es la realidad.
Todo se gasta y el poder no es la excepción. Pero el Presidente sintió que lo suyo era, en efecto, un movimiento histórico y que en realidad su vocación, su llamado en la vida, rozaba con la eternidad. Se le olvidó que, junto con la ilusión, hay que trabajar, planear, ejecutar, rodearse de personas que sepan hacer las cosas, contar con un sinnúmero de imprevistos, con la voluntad de otras que, aunque menor que la del poderoso, cuando se junta con otras sirve de contrapeso. No basta el dedo, no basta el discurso incendiario, no es suficiente el insulto, la amenaza de la quema en la plaza pública.
Nada de lo que ha querido hacer como gran golpe le sale en los últimos meses. Sus odiados enemigos han salido sin mayor mancha de sus embates. Veamos:
Lo del INE, culparlos de una mala elección: no le salió.
Lo de mangonear al Tribunal Electoral: no le salió.
Lo de arrasar en las elecciones: no le salió.
Lo de imponer su voluntad en la SCJN: no le salió.
Lo de que la consulta contra los expresidentes fuera un éxito: no le salió.
Lo de acorralar al Legislativo para la revocación de mandato: no le salió.
No son cosas menores, no han sido apuestas sencillas. Han sido parte crucial de su proyecto, han dominado el discurso presidencial por meses y se han convertido en fracaso. Por eso el malhumor que muestra en las mañaneras sobrepasa lo que habíamos visto. Está furioso el Presidente y no se detiene ante nada en su afán de culpar a los demás del desgobierno en que se ha convertido su proyecto.
Esta semana la emprendió contra los de casa. Más allá de lo que diga de los medios, no le preocupó poner en evidencia ante todos los errores a la titular de la SEP y dijo que la secretaria no había dicho lo que sí dijo. Peor aún, molesto por el desastre financiero y su incapacidad para entender esos problemas, la emprendió contra uno de sus hombres en el Banco de México, Gerardo Esquivel, de quien dijo que ya se había convertido en un #ultraconservador”. Queda claro: si no estás a mi lado, si tomas tu camino te equivocas, te alejas de mí y te perderás en los caminos del mal, te tentará el demonio del conservadurismo, el satanás neoliberal, vas a querer ser independiente y tener ideas propias y eso te hará mal, serás un ladino aspiracioncita, un “ultraconservador”. O conmigo, o lejos de mí.
Ahora que la revocación ha quedado en vilo y que era su gran proyecto para los próximos meses, todo parece indicar que el Presidente, fiel a su reflejo de ser un predicador, un personaje de dimensiones apostólicas, es probable que la emprenda a dar azotes contra los suyos porque le han fallado. Alejandro Hope lo dijo con certeza en un tuit sobre el adjetivo presidencial a Esquivel: “Cronos devora a sus hijos”. O dicho en términos de la cuatro té: “Cuando la perra es brava, hasta a los de casa muerde”. Mientras tanto, las frustraciones y fracasos en el Presidente se acumulan.
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