Por Héctor De Mauleón
La noche del 5 de junio de 2021 más de cien personas fueron secuestradas en Culiacán, Sinaloa. La misma noche, en unas horas.
Todas ellas fueron arrancadas de sus casas, a la vista de sus familiares.
Hombres encapuchados y con armas largas rompieron las chapas y las sacaron a la calle semidesnudas, algunas en calzones.
Las subieron a camionetas. Les cubrieron el rostro con cinta canela. Las amenazaron, las golpearon, las interrogaron.
Quiénes eran sus jefes, quiénes formaban parte de su estructura, dónde tenían el dinero con el que iban a pagar la comida de los funcionarios de casilla y con qué iban a movilizar a las bases para acarrearlas a las casillas.
Hay fotos en las redes sociales que muestran las chapas quebradas, las puertas rotas.
Son recuerdos de la elección en Sinaloa.
Conté en esta columna lo que ocurrió esa noche. Gente del Cártel de Sinaloa “levantó” a los operadores electorales del PRI y los condujo a casas de seguridad ubicadas en distintos puntos de la ciudad.
Muchos de ellos, alertados por sus jefes inmediatos, se habían encerrado en sus casas. Pero la medida fue inútil. Al secretario de Operación Política de ese partido lo fueron a sacar de su mismo domicilio. Tenía los datos, los nombres, las direcciones de sus colaboradores.
Todo eso se los sacaron a golpes.
Les preguntaron: “¿Quién es tu jefe? ¿A dónde ibas? ¿Con quién estabas? ¿Quién te estaba esperando? Dime nombres o no la cuentas”.
La misma versión recogió el semanario “Ríodoce” en un extraordinario y valiente reportaje del periodista Ismael Bojórquez. El reportaje de Bojórquez contó cómo ese cártel fue por el poder total en Sinaloa.
Y así ocurrió. Todas esas familias y todas esas personas fueron violentadas. Formaban parte de la estructura electoral del PRI. Las cazaron en las calles, en las esquinas, en sus propias casas.
El objetivo era que no pudieran operar electoralmente al día siguiente.
Los encargados de esa labor fueron miembros del Cártel de Sinaloa, que dirigen los hermanos Guzmán: Iván Archivaldo, Jesús Alfredo, Edgar y también Ovidio: el personaje central del llamado “Culiacanazo”, todos hijos del célebre Joaquín Guzmán Loera, conocido como El Chapo: el líder histórico del cártel.
A los secuestrados los soltaron una hora antes del cierre de casillas en una carretera, y les dieron cien pesos para que volvieran en taxi a sus casas.
Nadie abrió una investigación. No hubo una institución interesada en aclarar lo que había ocurrido. Por el contario, desde el gobierno del priista Quirino Ordaz se giró la instrucción de guardar silencio sobre lo ocurrido. No importó que los secuestrados fueron miembros de su propio partido.
Esas personas —hay que recalcar: más de cien, tal vez doscientas según otras fuentes— no tuvieron justicia.
Relaté en esta columna cómo no hubo en todo el estado un solo abogado interesado en interponer una denuncia. De ese tamaño son las cosas allá en Sinaloa.
Viajé a Culiacán. Hablé con varios de los “levantados” aquella noche. “Solo no nos asomes”, dijeron.
Todos ellos confirmaron lo ocurrido la noche del 5 de junio y la jornada del día 6, cuando el Cártel de Sinaloa operó para que en el estado arrasara Morena.
Todos ellos confirmaron que desde el gobierno de Quirino Ordaz la instrucción fue guardar silencio, dar vuelta a la página.
Pasó el “Culiacanazo”, donde por órdenes del presidente de México Ovidio Guzmán fue liberado, pasó lo que se quiera: el saludo de López Obrador a la mamá del Chapo, la elección en que, con la probada intervención del crimen organizado en los municipios sinaloenses, arrasó Morena…
Y luego pasó el anuncio, hecho por el presidente López Obrador, de que el priista Quirino Ordaz sería el nuevo embajador de México en España.
En la política no hay casualidades y vaya usted a saber lo que esto signifique.
Pero ahí están juntos los hechos.
Que cada quien haga su lectura.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com
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