Por Leticia Bonifaz Alfonzo
En México, por primera vez en la historia, hay siete mujeres gobernando en los estados de la República. En 7 de 32, lo que equivale al 21.8%. La máxima cifra que habíamos alcanzado fue de 3 durante los diez días que gobernó Puebla, Martha Erika Alonso.
El logro es consecuencia de la reforma constitucional conocida como “de la paridad” de 2019 y a partir de las impugnaciones que se presentaron ante el INE, que fueron revisadas por el TEPJF para obligar a los partidos políticos a postular candidatas, dejando atrás el argumento de que desean hacerlo, pero no encuentran a quién o que no están bien posicionadas.
El camino lo abrió en 1979, Griselda Álvarez después de vencer muchas resistencias. Se pensó que, después de ella, pronto vendrían muchas más. Beatriz Paredes fue gobernadora 8 años después y luego llegó Dulce María Sauri como interina en el 91 y Rosario Robles en el 99.
Ya en el nuevo siglo, gobernaron sus estados Amalia García, Ivonne Ortega y Claudia Pavlovich, y la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
Es curioso que la joven gobernadora de Colima Indira Vizcaíno llega 42 años después de que Griselda Álvarez gobernara el Estado, cuando ella aún no nacía.
He escuchado insistentemente el argumento de que se debe buscar que lleguen los mejores, no necesariamente las mujeres porque no siempre las mujeres son las mejores, pero es claro que sin acciones afirmativas o las llamadas cuotas, el añejo sistema patriarcal nada más no hubiera abierto espacios a pesar de que existen, desde hace mucho tiempo, mujeres muy preparadas que se pierden en el espacio público y quedan fuera del ejercicio del poder institucionalizado.
¿Qué podemos esperar de ellas? Hay que recordar que, aunque la lucha por los derechos políticos electorales ha buscado que no quede excluida la mitad de la población de la representación política, la presencia de mujeres no garantiza necesariamente perspectiva de género y menos perspectiva feminista.
Desde la toma de posesión, la nueva gobernadora de Chihuahua dejó claro que no va a estar a favor de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Por su parte, Evelyn Salgado tiene frente a sí la gran oportunidad de dejar atrás las circunstancias de su llegada, dejar de ser “la hija de” y trazar, en un breve plazo, políticas públicas que beneficien a las mujeres de Guerrero, sobre todo en el medio rural colmado de necesidades.
Es indispensable que, asimismo, en Colima, Tlaxcala, Baja California y Campeche comencemos a ver otras maneras de gobernar que no repliquen los modelos patriarcales que se han criticado, sistemáticamente, desde el feminismo tanto teórico como militante.
El feminismo no agota sus objetivos con la presencia de mujeres en los espacios de toma de decisiones, se trata de que, desde el poder, se realicen cambios de raíz que tengan impacto en las condiciones de vida diaria de muchas mujeres con el beneficio concomitante para la sociedad en su conjunto.
En el esquema federal mexicano son muchas las transformaciones que se pueden impulsar a nivel estatal con repercusión en los municipios. La meta es la igualdad plena pero no solo en el espacio público. El espacio privado ha sido reproductor de desigualdades. Estamos hoy ante la posibilidad de empezar a generar, marcar y ver algunos cambios de fondo. Ojalá varias de las gobernadoras que acaban de asumir el cargo asuman ese reto acompañadas de la vital sociedad civil copartícipe del cambio.
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