Por Rosy Ramales
Parece que fue ayer cuando Andrés Manuel López Obrador se convirtió en Presidente de la República. Pero justo este primero de diciembre cumple tres años en el cargo.
Y con él empezó la llamada “Cuarta Transformación” del país, según la lógica de los “protagonistas del cambio verdadero” (así llama Morena a sus militantes en su Estatuto).
¿Cuál transformación? Pues depende del color del cristal con que se mire: Guinda, azul, rojo, verde, naranja, amarillo, tricolor o incoloro como la sociedad civil apartidista.
Quizá para AMLO, Morena y sus aliados, la “4-T” se basa en el combate a la corrupción, en la abrogación de la reforma educativa peñista para remplazarla por una lopezobradorista, en programas sociales elevados a rango constitucional, en proyectos blindados mediante “decretazos”, en la instrumentación de la revocación de mandato, etc.
Sin embargo, la oposición no ve ninguna “Cuarta Transformación”, sino lo mismo, pero con un matiz utópico democrático, donde en nombre del “pueblo” se legitiman acciones. Quién sabe qué hubiese esperado la oposición de la “4-T”.
Es justo reconocer que no todo ha sido malo en los tres años de la administración. Tampoco se puede decir que nada ha sido bueno. Ha habido acciones positivas. No obstante, parte de la ciudadanía esperaba cosas mejores, innovadoras y hasta propias de la izquierda.
Habría sido extraordinario ver un Andrés Manuel empezando su sexenio residiendo en su propia casa para poner así un auténtico ejemplo de austeridad republicana, trasladándose todas las mañanas de ésta a Palacio Nacional y de éste a su casa al caer la noche, con dos horas al medio día para tomar sus sagrados alimentos.
Porque ¿cuánto cuesta sostener el Palacio Nacional las 24 horas del día? Luz, agua, teléfono, cámaras, seguridad, alimentos; lo indispensable. Nada más hay que ver cuántas luces se deben encender para iluminar el escenario de las mañaneras.
Además, se desconoce si ahí mismo también atiende asuntos como jefe político de Morena, lo cual ya no corresponde pagar al “pueblo”. Qué el desayunito con Mario Delgado, que el cafecito con las “corcholatas” presidenciales, que los encuentros con ex gobernadores de oposición para convencerlos de ingresar a su gabinete, etc.
En fin. Habría sido gratísimo ver un Presidente de México, el primero emanado de la “izquierda”, respetando la autonomía del Poder Legislativo tan solo con prescindir del control sobre los diputados de su partido y aliados, así como la del Poder Judicial.
Y en vez de enviar al Senado ternas para la designación de ministros y ministras de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, haber enviado una iniciativa para que la Cámara Alta desde el 2019 hubiese modificado el procedimiento para dicha designación.
Otra iniciativa para bajar el número de integrantes del Congreso de la Unión (diputados y senadores), pero no con ánimo de reducir a la oposición a la nada política, sino con ánimo de austeridad republicana siempre respetando la pluralidad y el derecho de las minorías.
Otra iniciativa para independizar a la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales de la Fiscalía General, dotándola de total autonomía empezando por evitar cualquier influencia en la designación de fiscal electoral.
Una iniciativa más para fortalecer la autonomía e independencia del Instituto Nacional Electoral (INE) en vez de pretender desaparecerlo.
Hubiera sido inmejorable una inicial acción de gobierno presentando una denuncia penal en contra de los ex Presidentes de la República, en lugar de haber realizado una consulta popular para decidir su enjuiciamiento. (Por cierto, ya nada se ha sabido sobre qué procede en la lógica de la “4-T” tras los resultados de dicha consulta).
En una transformación, hubiera cabido que la titularidad de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) recayera en una persona totalmente ajena al Presidente de México, pues en la calidad moral de ella se basa la credibilidad del organismo defensor.
No sé qué es mejor, si un Presidente de la República más ejecutivo o menos político, o al revés. O como se dice comúnmente “ni tan tan, ni muy muy”. Quizá un mandatario que, como cabeza de la “4-T”, hubiese puesto el ejemplo de una sana distancia entre él y el partido que lo llevó al poder.
Vaya, acciones de fondo, no solo de forma.
Además, si bien sus mañaneras son innovadoras y nada se las impide, él, símbolo de la “4-T”, con las mismas hubiese emprendido a la par una estrategia de unidad nacional. Porque en su sed de venganza, justos han pagado por pecadores.
Quién sabe si el fortalecimiento de las fuerzas armadas sea propio de los gobiernos de “izquierda”; tal vez sí un signo de la “Cuarta Transformación” tendente a una militarización. A veces parece que el presidente AMLO solamente confía en ellas como si temiera algo o como si prepara algo.
Quién sabe si las estrategias del Gobierno Federal para combatir el virus Covid-19 y para la compra de medicamentos, sean las mejores. Lo cierto es el número de fallecimientos a causa de la pandemia y a falta de medicinas, sobre todo para las personas con padecimientos crónico-degenerativos.
En fin, por lo pronto los protagonistas de esa “4-7” festejarán en grande el primero de diciembre como fecha histórica del arribo al poder de AMLO.
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