La fugacidad de su poder empieza a angustiar al Presidente López Obrador.
Por Ricardo Pascoe Pierce
La fugacidad de su poder empieza a angustiar al Presidente López Obrador. El hecho de entrar al segundo, y último, trienio de su sexenio, con tan pocos resultados tangibles y tanto que falta por hacer, ha hecho que trate de exagerar sus avances al mismo tiempo que anuncia anticipadamente el fin de su gestión de gobierno. Sin embargo, los problemas creados por las condiciones externas al país, como la pandemia de Covid 19 y la desaceleración económica mundial, han sido agravados por un mal manejo interno en varios frentes.
El gabinete nombrado por el Presidente es prácticamente inexistente y caracterizado por una incompetencia verdaderamente notable. Sus colaboradores, en general, son ineficaces, y oscilan entre el miedo, la corrupción y la ignorancia de sus quehaceres. Todos cobran salarios pero nadie es eficiente en su desempeño, con pocas excepciones. Gobierna el Presidente a través de sus mañaneras, que son actos teatrales y locuaces que sirven de diques de contención al desbordamiento social. Pero, ¿cuánto tiempo le servirá este ardid?
La distracción le ha servido durante el arranque de su gobierno. Pero los últimos tres años requieren otra cosa. Exigen soluciones visibles. Pretende poner en operación, a la brevedad y trabajando a paso redoblado, el aeropuerto Felipe Ángeles, la refinería Dos Bocas y el Tren Maya. Igualito como lo hizo Ebrard con la Línea 12 del Metro, para la publicidad y la gloria, sin importar las consecuencias peligrosas sobre la seguridad de la sociedad por el apresuramiento.
La crisis política creada por la Línea 12 que debilita políticamente por igual a Ebrard y Sheinbaum es producto de la desesperación por cortar el listón “del éxito, de la misión cumplida”. La idea es tratar de apantallar a la sociedad con obras vistosas, y con una derrama de dinero público regalado a manos llenas. Pero, ¿éstas acciones son soluciones reales a los problemas que cotidianamente vive la ciudadanía?
El secretario de Gobernación reconoció que, derivado de la pandemia de Covid 19 y la recesión económica, hay 4 millones de pobres más en México, producidos durante este sexenio. A pesar del dinero regalado, y mientras la nueva gobernadora de Banxico afirma, ufana, que el 65% de los hogares mexicanos reciben algún tipo de estímulo, es evidente el retroceso social sufrido en este sexenio.
Los resultados son negativos y ninguna cantidad de dinero regalado resolverá el problema social de pobreza porque ese no es el camino para atender ese problema. El hecho de que el 65% de los hogares reciban algún apoyo no puede interpretarse como un logro positivo de este gobierno, sino como señal de su profundo fracaso. El camino correcto sería la creación de empleos productivos y bien remunerados para todos.
El mejor programa social es el que crea empleos, no el que regala dinero. Como dijo el gobernador saliente del Banco de México, para lograr la creación de los empleos que México necesita, es indispensable atraer y estimular la inversión productiva. El gobierno debe establecer las bases jurídicas, sociales, legislativas y políticas para que la inversión llegue al país. El gobierno no es el gran inversor, sino el creador de la infraestructura necesaria para que los inversionistas creen las actividades productivas que, a su vez, generen los empleos que se requieren en México para reducir la pobreza.
Esa es una política antipobreza efectiva, no el regalo de dinero, pues no estimula el consumo ni el crecimiento económico. Regalar dinero más bien tiende a mantener a la gente en una posición de postración, sumisión y vulnerabilidad. Este gobierno ha desalentado el arribo de la inversión privada nacional y extranjera necesaria para crear empleos.
De hecho, parece que su política se orienta deliberadamente a ahuyentar la inversión privada bajo la equivocada idea de que el Estado puede suplir esa riqueza fomentando el uso y quema de fuentes fósiles de energía para “estimular la economía” junto con el regalo de dinero en todo el país que supuestamente será otro estímulo económico. No crea empleos ni genera bienestar. Los datos son absolutamente devastadores.
El Presidente piensa, desesperadamente, que con tres medidas que proponga al Congreso su legado político se hará eterno. Fantasea que con controlar al INE, militarizar la policía del país y dominar al sector energético, su presencia en la vida nacional alcanzará para su glorificación en los libros de texto. Pero ya no cuenta con el apoyo ni la credibilidad que tenía durante el trienio pasado en el Congreso para lograr la aprobación de sus medidas.
¿Cómo será vivir con fantasías tan irreales? El Presidente sí está maniobrando para utilizar la votación de la Revocación de Mandato como una palanca de chantaje para intimidar a la oposición a que apoye sus medidas legislativas.
Ese es, también, el fondo que subyace en el conflicto entre el presidente Moreno del PRI y el gobernador Fayad. ¿Cuándo se había visto un conflicto tan abierto y público entre priistas así? Parece que el PRI se está convirtiendo, por primera vez en su larga vida, en un verdadero partido político, con abiertos y públicos disensos de fondo y debates sobre el rumbo político a seguir. Puede tomarse como una señal positiva para la democratización del país. Un país es democrático cuando vive y fomenta la diversidad de opiniones y proyectos de nación.
Esto es lo que el Presidente detesta y rechaza: la diversidad y debate. No quiere una diversidad de opiniones. Quiere que impere únicamente su opinión en toda la nación. Algunos de sus correligionarios le sugieren que se acerque más a la oposición, y resuelve que su secretario de Gobernación se reúna con “ellos”. Él no ensucia sus manos ni se deja arrinconar en discusiones directas con los dirigentes y legisladores de la oposición. Gobernación torea y esquiva a la oposición mientras el Presidente financia la compra de apoyos y los votos para la Revocación de Mandato para, así, mejor presionar a los opositores a que se alineen con él en el Congreso.
Mientras Gobernación dialoga, el Presidente ataca a dirigentes políticos de oposición, a legisladores, intelectuales, periodistas, instituciones de educación superior, a académicos, profesores, investigadores, científicos, estudiantes, clases medias, mujeres, ecologistas, defensores de los derechos humanos, movimientos de pueblos originarios, campesinos. Dice el Presidente que busca concordia, pero su conducta confirma que no es así. ¿Quién lo entiende?
Acordar, pactar, negociar: son conceptos que no están incluidos ni en el vocabulario ni en el estilo político del Presidente. Quiere todo para él: los votos, las elecciones, las decisiones, las frases, las palmadas. Será difícil que reconozca la necesidad de negociar. Quiere imponer sus términos a cualquier arreglo. No reconoce ni la diversidad de ideas ni la validez de “otra opinión”, que desprecia. Nada más reconoce la suya. Así va a ser durante el último trienio de este gobierno.
Pero ya no tiene ni la fuerza, ni la autoridad ni los apoyos que tuvo en el primer trienio. Así que López Obrador tiene uno de dos caminos a seguir en el último tramo de su gobierno. Puede dialogar con la oposición para llegar a acuerdos (que implicaría concesiones de ambos lados) o agredir a la oposición en serio, buscando debilitarla hasta destruirla totalmente, polarizando aún más a la sociedad, e instaurando un régimen mucho más autoritario.
No es grato ser agorero en tiempos turbulentos, como las brujas de Macbeth, pero la historia de AMLO inevitablemente lo define: es difícil imaginarlo negociando. Y menos cumpliendo los acuerdos.
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