México sigue adelante con, sin, o a pesar de Andrés

Por Salvador Cosío Gaona

¿Puede Morena subsistir sin Andrés Manuel López Obrador? La respuesta es ¡no! ¿Puede México funcionar sin él? ¡Sí!, y quizás mejor. 

Este par de conclusiones resultaron del ejercicio en que los mexicanos participamos involuntariamente en días pasados tras haber sido integrados ya sea como parte de una farsa, una prueba, una estrategia o incluso una situación no planeada, durante las 72 horas en que el país permaneció sin un Presidente, sin un Jefe de Estado al frente de la nación.
Si fue planeado, cualquier cosa que haya pretendido lograr el Presidente de la República con lo armado u ocurrido le salió mal.
Y si realmente se trató de un un suceso accidental relativo a su quebranto súbito de salud, no resultó mejor.
En esas 72 horas de ausencia se registraron un cúmulo de fallas por parte de los integrantes del gabinete presidencial que, dadas las condiciones precarias de salud del Mandatario tabasqueño no debieran ya ocurrir. Y no es que se le desee algún mal al titular del Poder Ejecutivo, pero existen protocolos que se deben seguir al pie de la letra, sobre todo basándonos en que de acuerdo con medios de comunicación y documentos filtrados tras el hackeo de que fue víctima la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), López Obrador tiene una condición muy frágil de salud que en cualquier momento puede colapsar, como también ya ha sucedido.
Dichos protocolos no se siguieron. Tuvimos un país desconectado por minutos, horas, días, no sabemos y tampoco sabemos quién estuvo durante esas horas al frente del país -en que incluso se firmaron documentos con los que se promulgaron algunos decretos-, dado que contrario a exhibir acciones coordinadas entre las diversas secretarías, prevaleció el desorden, la falta de comunicación, los errores al comunicar, y acciones verdaderamente grotescas de quienes optaron por ir en contra de los medios de comunicación.
La ausencia del Primer Mandatario vino a ratificar que las comunicaciones oficiales gozan de muy poca o nula credibilidad para la población en general que desde el primer momento dudó de los dichos tanto del secretario de Gobernación, Adán Augusto López, como del secretario de Salud, Jorge Alcocer, siendo que ambos declararon que el padecimiento era una infección por SARS COVID-19 y nada estaba relacionado con un problema cardiovascular. De hecho, Adán Augusto negó que López hubiese sufrido un desvanecimiento; mientras Alcocer se esmeraba en afirmar que el tratamiento que estaba siguiendo AMLO era a base de paracetamol y consumo de líquidos, siendo que es de todos conocido que se le brinda atención de primera y le suministran medicamentos que en su momento se le negaron y se le siguen negando al resto de la población, como es el Remdesivir con el que se le ha tratado en al menos una de las otras dos ocasiones en que dio positivo al virus.
Como ya mencionaba, testigos confiables que afirmaron haber visto el desvanecimiento del mandatario contradijeron lo informado por el jefe de Comunicación Social de Palacio Nacional, Jesús Ramírez Cuevas, quien en entrevista para un medio de comunicación negó categóricamente lo ocurrido al Presidente, asegurando que continuaba la gira cuando en ese mismo instante el tabasqueño ya viajaba en una ambulancia aérea de regreso de Yucatán a la Ciudad de México para ser atendido de emergencia.
Ramírez, quien evidenció su falta de capacidad para resolver, su nulo entendimiento para actuar en situación de crisis, y que no es una persona confiable, no volvió a hacer comentario alguno en relación a la salud del Presidente.

El asunto es que después de 72 muy largas horas de ausencia física en medios de comunicación y redes sociales, Andrés Manuel López Obrador reapareció en un video para acallar rumores que versaban sobre un estado grave de salud e incluso su muerte. AMLO confirmó que estaba contaminado por COVID-19, y en una grabación de más de 18 minutos, ratificó lo que ya muchos daban por cierto: que sufrió un “vaguido”, que se trató de un “desmayo transitorio”, y que fue trasladado de emergencia a la capital del país en una ambulancia aérea, dejando como tremendos mentirosos a su secretario de Gobernación, Adán Augusto López, y a su secretario de Salud, Jorge Alcocer.
Sin embargo, sigue sin quedar claro qué es lo que realmente se pretendió ocultar y cuál fue el objetivo, porque, haya o no sido un infarto, un accidente cardiovascular, un ictus, una embolia, una falla renal o de cualquier tipo, es decir, de algún órgano que produzca desvanecimiento, desmayo, lo cierto es que si se trató de una burda farsa para cubrir todo lo que se hizo durante su ausencia en materia legislativa y de Gobierno en daño a México, falló.
Voluntaria o involuntariamente AMLO pudo constatar:
Que los vacíos informativos las redes sociales y la población en general los llenan con especulaciones.
Que la ciudadanía no confía en él ni en la gente de su gabinete.
Que no hay entre sus más cercanos un rostro amable o al menos carismático que pueda llenar por sí mismo tres horas de Mañaneras.
Que él es su propia fuente de generación de información.
Que no se observa entre la Cuarta Transformación un perfil que pueda llenar sus zapatos.
Que no son pocas las personas que, a través de sus comentarios muestran animadversión hacia su figura, y genera muchas más antipatías que cuando ganó la elección.
Que no llegaron o fueron pocos los mensajes de mandatarios de otras naciones deseándole pronta recuperación.
Y que tan mal le fue con eso de recibir buenos deseos de recuperación que su gente tuvo que recurrir a beisbolistas famosos para que le grabaran videos deseándole toda clase de parabienes.
Pero primigeniamente se dio cuenta que el país no se detuvo sin él.
Y quizá lo que más debió preocuparlo es que en su ausencia también quedó de manifiesto que en un remoto caso en que por cuestiones de salud o de su avanzada senilidad ya no estuviese en condiciones de mantenerse al frente de Morena, ese partido no tendría quien tomara las riendas del partido; carecería de un verdadero líder; no tendría quien tomara las decisiones, y las pugnas internas acabarían por enterrar al partido.
A ciencia cierta a nadie le consta qué fue lo que realmente ocurrió al Presidente, lo único que nos quedó bastante claro a todos los mexicanos y seguramente al propio presidente después de todo, es que el Partido Morena sin él no sobrevivirá, y que México estaría mejor sin él.

opinión.salcosga@hotmail.com

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