Por José Luis Martínez S. / El Santo Oficio
Ciudad de México / 08.07.2023
El cartujo observa con atención: los más cultos y hábiles caricaturistas políticos, los analistas más agudos e informados lo señalan rotundamente: Xóchitl Gálvez falsea su historia. De niña no vendió solo gelatinas, sino también flanes, postre reservado para los fifís de su pueblo, de donde salió por aspiracionista. Podría haberse quedado allá, siendo feliz con los suyos, trabajando en el campo, respirando aire puro, practicando el inefable arte del ayuno cotidiano —como el personaje del relato “Un artista del hambre”, de Franz Kafka—, pero no, impulsada por los demonios del neoliberalismo quiso estudiar, ir a la universidad, volverse empresaria, y luego incursionar en la política sin afiliarse a ningún partido y fingiéndose libre, relajienta, malhablada, cuando en el fondo es obediente, seria, aburrida, solemne.
Debería de aprender de alguien con verdadera gracia como Claudia Sheinbaum, escucharla tocar la guitarra, cantar o burlarse de sus adversarios es hedonismo puro. O de Marcelo Ebrard, poseído por el ritmo, bailando a la menor oportunidad, “mirándose los pies para deleitarse mejor”, como escribe Ibargüengoitia en su cuento sobre Pampa Hash. O de Adán Augusto López, cuyo portentoso histrionismo hace aullar a los niños cuando enseña —en vivo o en fotografía— sus afilados colmillos. De Monreal podría aprender el prodigio de no ser nada, lo cual no es poca cosa tratándose de un político.
Xóchitl miente cuando habla de su origen indígena, lo han evidenciado los bien pagados y mejor sincronizados caricaturistas y columnistas del régimen. No lo es indígena —afirman o insinúan—, aunque su árbol genealógico diga lo contrario, aunque muestre viejas fotografías con sus abuelos campesinos. Ellos lo dicen y con eso es suficiente para echar por tierra su historia, sus logros, su decisión de no quedarse callada ante los insultos o las descalificaciones de quienes desde o amparados por el poder se sienten infalibles. Y lo peor de todo: Xóchitl lo hace con un humor del cual ellos carecen, lo extraviaron hace mucho tiempo en el vertedero del interés, la sumisión y la ideología.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.
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