La pandemia estimuló en ciertas personas el apetito por a ayudar a otros… Algunas lo hacen a gran escala.
Por Moisés Naím
El Rolls Royce es uno de los coches más costosos del mundo. Eso lo sabemos. Lo que no es tan sabido es que el año pasado se vendieron más unidades que nunca. Concretamente, 49% más Rolls Royce que el año anterior, rompiendo así los récords de ventas de la compañía fundada en 1906. Pero esta empresa automotriz no es la única que tuvo un año extraordinario. Ferrari también reporta que en el 2021 tuvo ganancias sin precedentes.
¿Qué pasó? Pues que la pandemia hizo que muchos ricos cayeran en cuenta de que la vida es corta. Esa, al menos, es la explicación que le dio al diario británico Financial Times, Torsten Müller-Otvös, el jefe de Rolls Royce: “Mucha gente vio a personas conocidas morir a causa del Covid y esto los llevó a pensar que la vida es corta y que es mejor vivirla bien ahora y no dejarlo para más adelante”.
Obviamente, los “muchos ricos” que tomaron conciencia de su mortalidad no son tantos. El muy lucrativo año que tuvo Rolls Royce fue el resultado de la venta de tan solo 5 mil 586 vehículos en todo el mundo. Pero mientras unos cuantos ricos ahora saben que la vida es breve, hay otros que han decidido destinar inmensas fortunas a encontrar tratamientos para que todos podamos tener vidas saludables por más tiempo. El pasado 23 de enero la empresa Altos Labs anunció el inicio de actividades. Como muchas nuevas empresas de biotecnología, dice que su misión es, ni más ni menos, que transformar la medicina. Pero a diferencia de la mayoría, en este caso su ambición es creíble.
Rick Klausner, quien fuera el director del Instituto Nacional de Cáncer de Estados Unidos, es el fundador y jefe de los científicos de Altos Labs. Klausner logró reclutar para la naciente empresa a varios premios Nobel y a un nutrido grupo de los más prestigiosos científicos del mundo en el campo de la biotecnología. También recaudó tres mil millones de dólares de importantes inversionistas. Y todo esto es tan solo el comienzo de un ambiciosos proyecto de investigación científica y emprendimiento.
La empresa se dedicará a la búsqueda de tratamientos para rejuvenecer a las células que han sido afectadas por anomalías genéticas, lesiones o por los efectos del envejecimiento. El objetivo es restaurar la salud de las células y hacerlas más resilientes. De lograrse esto, no solo se mejoraría la calidad de vida de quienes sufren de enfermedades crónicas, sino que también podría añadirles algunos años de vida.
Joe Biden también le acaba de declarar la guerra a la muerte. En su caso el foco concreto es la guerra al cáncer desde el sector público. Hace poco, el presidente anunció la creación en la Casa Blanca de un “gabinete del cáncer” cuyo propósito es acelerar las investigaciones y coordinar los distintos esfuerzos que el gobierno estadounidense lleva a cabo en este ámbito. Cuando fue vicepresidente de Barack Obama, Biden también tuvo a su cargo el lanzamiento de un programa contra el cáncer que logró ciertos avances, pero que no alcanzó el éxito que se había prometido. Ahora como presidente, Biden -quien perdió a uno de sus hijos por un cáncer en el cerebro- recordó que, si bien la pandemia del coronavirus se cobró 800 mil vidas en Estados Unidos, durante ese mismo periodo murieron de cáncer un millón 200 mil personas.
Según el Instituto Nacional de Cáncer de Estados Unidos, cerca de 40% de los estadounidenses contraerán durante su vida alguno de los 200 tipos diferentes de cáncer que se conocen. A su vez, la Sociedad Americana del Cáncer estima que este año habrá en el país casi dos millones de nuevos pacientes de cáncer, de los cuales 600 mil perderán la vida. Biden quiere reducir el número de muertes por cáncer y enfatizó que el programa que estaba lanzando tenía como objetivo disminuir las fatalidades a la mitad en 25 años. Según el presidente, durante los últimos cinco años se han dado importantísimos avances científicos que, en combinación con los que están en camino, harán posible alcanzar la meta que propone.
La pandemia nos ha deparado muchas sorpresas. Una de estas, es la mayor conciencia que ahora hay sobre la propia mortalidad y las reacciones que ello suscita. Para algunos que disponen de medios, la respuesta al virus y su letal amenaza es disfrutar aquí y ahora lo que se tiene. Obviamente enfrentar la pandémica comprando un Rolls Royce es solo para unos pocos privilegiados, pero no hay que ser millonario para rehusarse a postergar toda gratificación. Millones lo han hecho.
La pandemia estimuló en ciertas personas el apetito por a ayudar a otros. Algunas lo hacen de manera individual y modesta y otros de manera ambiciosa y a gran escala. Los científicos que lanzaron Alton Labs son un buen ejemplo de la sensación de urgencia y la posibilidad de actuar a gran escala.
Pero quizás lo más curioso es que la pandemia y sus nefastas secuelas también impulsaron un brote de introspección que llevó a muchos a repensar –o quizás a pensar por primera vez – el propósito de su vida, sus valores, esperanzas y frustraciones. Es con esa nueva carga vital que unos se están dedicando a vencer al envejecimiento celular, otros a conquistar el cáncer. Han reaccionado a este shock global con una carga de idealismo que mucha falta nos estaba haciendo. Y que sin duda dejara un legado muy superior al de un Rolls Royce.
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