Sin miedo al ridículo

Por Diego Petersen

¿Quién le parece más patético: Ricardo Monreal en un video con su espada de luz de juguete enfrentando a las “fuerzas del mal”; Claudia Sheinbaum saltando en un brincolín en el Zócalo capitalino o Marcelo Ebrard con la cara pintada de catrina en el desfile de Día de Muertos de la Ciudad de México? ¿Qué es más ridículo, el show de “la Vilchis” en los miércoles de mentiras de las Mañaneras haciendo cantar a los periodistas que le caen mal o la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, sentada como señora hacendada presentando una parodia de la Marcha de Zacatecas para burlarse del senador Ricardo Monreal?

La política ha tenido siempre algo de puesta en escena, de performance. En algún tiempo la oratoria fue la herramienta principal, el artilugio de la palabra para llamar la atención o poner en apuros al contrincante. Luego vino la era de la imagen, donde resultaba más importante sonreír bonito, encontrar el ángulo correcto de las cámaras para retratar mejor, que tener ideas o propuestas de Gobierno. Hoy parece que vivimos en la tiranía del like, la aprobación de las redes sociales, la manita para arriba como elemento de conexión de los políticos con los votantes.
Si solíamos decir que la política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos, hoy podríamos afirmar que la nueva política es el arte de hacer el ridículo y parecer alivianado. Les sale muy mal. Marcelo no se ve cómodo en el desfile, Claudia claramente no está disfrutando hacer ejercicio en los brincolines y la sonrisa del senador Monreal en su enfrentamiento contra las “fuerzas del mal” es más falsa que la de un payaso de circo pueblerino. ¿Ganaron algún adepto o simpatía con estas ridiculeces? Lo dudo, pero seguro que sus estrategas de comunicación les dicen que es un éxito, que lograron gran impacto porque tuvieron tal número de likes. (Ninguno por cierto rompió las redes, Marcelo disfrazado no llegó a cinco mil manitas para arriba, Monreal se quedó debajo de las tres mil y el de Claudia no alcanzó ni mil quinientos).
Si como forma de campaña el ridículo resulta cuestionable, la parodia como forma de Gobierno lo es aún más. Usar el poder y los recursos públicos para burlarse de quienes no piensan igual o critican las acciones de Gobierno es bullying de Estado. Tanto la Mañanera como los Martes del Jaguar son producciones y ataques hechos desde una posición de Estado, lo que podría considerarse un abuso de poder y un uso recursos públicos con fines privados, pues no hay, desde donde se vea, un beneficio social en estos actos de ridiculización del enemigo.
Gobernar pasó de moda; hacer el ridículo y ridiculizar es lo de hoy.

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