México pudiera ser un país concentrado en el presente y el futuro, en vez de alimentar nostálgicos rencores del pasado.
Por Leonardo Kourchenko / EL FINANCIERO
No importa si es de izquierda o de derecha, o de centro, o del signo político que sea.
Lo que es trascendente es lo que se haga en beneficio del país y de la población de ahora y del mañana.
México pudiera ser un país concentrado en el presente y el futuro, en vez de alimentar nostálgicos rencores del pasado.
Nuestro país tendría que leer con precisión la crisis económica global, el conflicto comercial entre Estados Unidos y China, para detonar múltiples procesos de nearshoring, el acercamiento de inversiones asiáticas a nuestro territorio. Pero una vez aprendidas las lecciones del TLCAN por 25 años, mejorar la distribución de la inversión y la riqueza hacia el sur y sureste con el TMEC.
Para hacerlo México tiene que dar pasos progresistas en generación de energías limpias y protección del medio ambiente, requisitos obligados de la cuarta revolución industrial.
México tendría que apostar a las industrias del futuro: la robótica, la mecatrónica, la inteligencia artificial y el big data. Nuestras universidades tendrían que estar recibiendo millones de pesos en inversión para centros avanzados de estudio y desarrollo con el propósito de impulsar nuevas generaciones de profesionales bien preparados, competitivos, con visión global.
México tendría que construir una central paraestatal desincorporada e independiente, al estilo del INEGI, para realizar planeación estratégica a 30 años. Corea del Sur lo hizo después de la sangrienta guerra de los 50 que dividió a su país en dos. Para los 90 ya había elevado el PIB per cápita en más de mil por ciento.
Todo el impulso al turismo nacional, a la industria aeronáutica del Bajío, al clúster tecnológico de Jalisco, a la creación continua de empleo de calidad, bien remunerado, con prestaciones sociales que permitan el ascenso social y el acceso al crédito.
La única herramienta eficiente en contra de la pobreza es el empleo, no las dádivas clientelares de programas sociales no auditados y con millones de pesos desviados para fines políticos.
México debiera ser un país que cuide y proteja a nuestros ancianos con una pensión universal, auditada y segura, no extraviada ni desaparecida en listados gubernamentales.
Los programas sociales son instrumentos de apoyo para reducir la desigualdad, pero no corrigen el problema estructural. Sólo el empleo fijo, estable y permanente lo logra.
México pudiera ser una potencia emergente en calidad de vida, en protección al medio ambiente, en generación de empleo, en regulación de inversión extranjera.
Para alcanzar esa categoría de prosperidad y bonanza, se deben resolver problemas capitales: el grave deterioro de la seguridad pública en prácticamente todos los estados y territorios, y la construcción de un nuevo aparato de justicia auténtica y eficiente, que siente las bases para un sólido Estado de derecho.
México podría ser un país con múltiples oportunidades para los jóvenes, con calidad de vida y con visión de futuro.
México podría ser la gran nación que está llamada a ser, si tan sólo alcanzara un nivel de reconciliación que elimine el clasismo y el racismo, para apuntar hacia el futuro.
No tenemos líderes, para ello nos alimentan con odio y desprecio todos los días desde el púlpito presidencial.
Nos amarramos al pasado con dos empresas paraestatales incapaces de renovarse hacia el futuro del mundo y de sus respectivas industrias, la eléctrica y la de hidrocarburos. Son dos anclas que limitan e impiden el desarrollo, pero sobre todo, la construcción de una visión con perspectivas innovadoras, limpias, eficientes para el país.
Podríamos ser un faro de luz que potencie la ciencia, que desarrolle la salud, que impulse el pensamiento crítico independiente, plural, innovador, desideologizado.
México podría tener el mejor sistema educativo del mundo, desarrollando habilidades y competencias del siglo XXI, aprendiendo de los casos de éxito en Europa, Asia, Oceanía, en vez de arrancarnos los derechos y los programas con sindicatos de hace 70 años.
México podría ser el país de la inversión en infraestructura, carreteras, vías de ferrocarril, puntos portuarios interconectados para el libre flujo de artículos y mercancías, con alianzas norteamericanas, pero también asiáticas y europeas.
México podría ser una nación ejemplar para nuestros vecinos, en la lucha por ser un mejor país, que cuide y proteja mejor a su población y que se convierta en una voz de avanzada en el mundo.
En cambio estamos donde estamos, atrapados en ideas viejas y caprichos insulsos, con caudillos de opereta, que arruinan todas las oportunidades geográficas de nuestra gran nación. Pemex, CFE, Tren Maya, Dos Bocas, AIFA, SNTE, CNTE, salud, pandemia, Seguro Popular, inversión extranjera, Conacyt, integran un rosario de desatinos y fracasos que sólo nos retrasan en la conversión del progreso y el futuro.
El mundo no nos va a esperar. Cambiará —lo hace ya— el trabajo mundial, los cultivos, la generación de energía, la investigación científica.
Mientras tanto, observamos las miles de oportunidades que se pierden para el México que pudiera ser.
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